Trashumancia
La potencial condición de errancia, de trashumancia, late en las dos partes de esta
exposición donde predomina la técnica de acrílico, con algunas piezas con soporte
de lámina de acero.
En una parte, nebulosas en llamarada, explosivas masas informes, flujos
que se extienden sobre retículas irregulares que apenas se dejan ver al fondo de
algunos cuadros empapados de gris, a veces impregnados de azul, negro, blanco,
o en colores cálidos, conducen hacia la profundidad del vuelo en la conciencia. El
peso de lo inasible envuelve la melancolía de estas formas ensoñadas.
En la segunda, la serie Astro, el personaje cosmonauta pareciera pasearse
solitario por distintos sitios –explícitos, sugeridos o adivinados- de los momentos
comunes de su vida. Sentado, con distintas actitudes anímicas, su figura causa
incertidumbre. ¿Bebe? ¿Juega? ¿Medita? Cerca de él, los objetos industriales
imponen su fría presencia, alertadores indicios de la mecanización que marca el
paso de la rutina que nos detiene. Aquí el color se diversifica como señal de estar
en la terrenal convexidad del mundo, el color que terminará por apagarse en el
más allá de lo impensado.
Una condición de enigma se expande en el entrecruce de estas visiones
contrastantes, rastros del ansia de sumergirse en la totalidad. La trashumancia, el
ideal de trasladarse territorio tras territorio. Pero el engranaje del orden
computable confronta la difuminación del movimiento eterno. Las distantes
conformaciones de las dos partes embonan en la cósmica integridad de ser un
mundo, de llevar el mundo en los andares y proyectarse hacia un desbordante ser
uno, único, solo.
Enrique Trava, pintor y escritor, viajero de andanzas e inquietudes,
comparte su incursión íntima en las correspondencias del Universo y de la
interioridad anímica, en la imaginada mira de expandir su reflejo humano en el mar
de la trascendencia.
JORGE CORTÉS ANCONA